Capítulo 1: La agonía.
El estado de agonía puede tener diversas fuentes, pero una de las más terribles es nuestra propia humanidad. Basta con un par de palabras hirientes para desencadenar en una persona la peor de las catástrofes psicológicas, capaces de llevarla a la perdición. La sociedad, creada por esta misma humanidad, nos delimita y nos coloca trabas, aumentando así nuestras dificultades. Es entonces cuando nos volcamos a la religión en busca de ese dios piadoso que, como por arte de magia, promete sacarnos de ese estado depresivo. Nos hundimos en las creencias, pero estas nos conducen a un camino incierto. Llegamos, gracias a nuestro estado agónico, a una senda en la que los fantasmas danzan a nuestro alrededor, engañándonos con el siguiente mensaje: “Sube esa colina e intenta tocar el cielo; seguramente ahí encontrarás la salvación. Lleva contigo la corona de espinas, pues es el símbolo de todo lo que has sufrido en este mundo. En ese momento, el cielo se abrirá y el dios piadoso te entregará las alas para sanarte y volar libremente, lejos de todo sufrimiento provocado por la sociedad humana”.
Capítulo 2: El descenso.
Capítulo 2: El descenso.
No soy el único. Hay muchos como yo que brillan bajo la enigmática luz de la luna. Una fila interminable de cuerpos desolados avanza lentamente, y a medida que nos acercamos al borde del abismo, vemos cómo uno a uno caen los vestigios de una humanidad colapsada y perdida. Camino con la intención de tocar el cielo, de recibir mis alas y liberarme de la angustia, la depresión y esta sociedad que día a día arranca trozos de mi ser con sus garras y tenazas. La sociedad está infestada de insectos, como si se tratara de una plaga. Al llegar al borde de la colina, solo anhelo encontrar paz. En el momento crucial, alzo mis brazos hacia el cielo estrellado, pero siento que algo me absorbe y me arrastra hacia las profundidades. ¿Es Dios quien me está tomando? ¿O será algo peor que la vida misma? Mientras tanto, los insectos a mi alrededor, partícipes de una sociedad corrupta, no me prestan atención, sino que esperan ansiosos la carne del próximo, indiferentes a mi destino.
Capítulo 3: El abismo.
Estoy en camino hacia mi salvación. A medida que trazo mi sendero en este largo descenso, siento cómo miles de ojos aparecen y me observan. Son los mismos ojos que me han seguido durante toda mi vida: críticos, prejuiciosos y malintencionados, siempre enfocados en hundirme. Esta es la sociedad; capaz de destruir con sus dogmas y normas de conducta; que utiliza las redes para sobresalir un segundo en las mentes ajenas, aunque ello implique dañar a otros. Si los insectos representan a la sociedad, los ojos simbolizan sus intenciones. ¿Y esos tentáculos que vislumbro mientras desciendo? Desearía que con ellos me dieran el abrazo cálido que siempre busqué, pero estoy seguro de que, al fondo de este abismo, encontraré una verdad que probablemente no me agradará.
Capítulo 4: La plaga.
Aquí es donde perdemos la esperanza. No hay un dios misericordioso, no hay salvación, y la ayuda nunca llegó. Solo queda descubrir que la humanidad es un enjambre de insectos y larvas, una masa de odio, prejuicios, decadencia y vicios que destruyen tanto a los débiles como a nuestro ecosistema. Ese dios misericordioso no trajo amor; en su lugar, envió gusanos que secaron todo vestigio de verde en nuestros árboles y plantas. Incluso los ángeles cayeron del cielo, sirviendo de alimento a esa humanidad que en realidad no es más que una horda de insectos desollando y devorando, deleitándose con la carne de los más débiles. Yo quería ser un ángel, pero, aunque lo lograra, estoy destinado a que mi humanidad sea desgarrada.