El corazón del cuervo.
Despojado de toda existencia, me enfrento a las dunas de un desierto que refleja mi soledad. El cansancio me devora, mientras lo que me rodea succiona el último vestigio de mi ser. Nunca supe cómo resistir los desafíos que se erigían como espectros ante mí, y en un instante de delirio, creí haber alcanzado el ápice de la vida. Pero los demonios ocultos en las sombras succionaban mi vitalidad, dejándome como un cascarón vacío, destinado a la perdición. Ahora, soy una sombra irreconocible, un cadáver ambulante, una colección de huesos cubiertos por una piel marchita y llena de cicatrices. La sonrisa ha huido de mi rostro; el sol ya no me calienta, ni siquiera con su gélido abrazo invernal.
He tomado la decisión de abandonar este mundo que me ha rechazado y dejado morir. Con dedos afilados, abro mi pecho y arranco mi corazón palpitante, alzándolo hacia un cielo indiferente, esperando que alguien lo arrebate, que alguien transforme esta vida inútil, pues no soporto la carga de mi propia humanidad. Entonces, una sombra alada emerge; un pájaro negro, tal vez un cuervo, aparece como un presagio de muerte y arrebata mi corazón con avidez, llevándolo hacia su oscuro nido. Sus plumas se despliegan en un vuelo siniestro, y sin un ápice de compasión, se lleva mi carne sangrante. Mi esencia se apaga lentamente, pero en ese último suspiro, una sonrisa perversa se dibuja en mis labios, porque ahora sé que mi existencia maldita surcará los cielos, liberada en la oscuridad eterna.